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Mentira y sociedad: una breve mirada acerca de “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”

Este es un pequeño texto que hice para un amigo y que tuvo como finalidad un seminario. Como tal estaba en la tarea de realizar algo así debido al gran favor que me hizo la semana anterior de su presentación y fue llevarme a de mi casa a la universidad sin coste alguno y traerme de regreso para poder escuchar una preciosa charla sobre Derrida y la tarjeta postal. Esa charla fue de lo más interesante que pude experimentar aquel viernes y de corazón estoy muy agradecido con todo lo ocurrido ese día. Retomando al texto, este no tiene otra intención más que rumiar un poco de la mirada de Nietzsche en su famoso texto y alguna que otra referencia a la discusión que suscita. Lo publico aquí porque creo que tiene algo de potencial, a continuación el texto:

Luis José

Seminario: Giro hermenéutico y fenomenológico de las ciencias humanas

Fecha: 12 de abril del 2023

Mentira y sociedad: una breve mirada acerca de “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”

Una vez más, en un apartado rincón del universo nos encontramos reunidos para ser testigos de uno de los más grandes —por no decir del mayor— truco de magia que se ha presenciado. Decimos que se trata de magia en la medida en que el mago se encarga de llevar a cabo su cometido, un juego de ilusiones y engaños en medio de un vasto público que, a sabiendas de que se trata de un artificio o un juego de gran agilidad y persuasión, se cree a sí mismo que lo que ha ocurrido se trata entonces de algo de otro mundo —llámese la magnificencia del saber, el poder de Dios, el nacimiento de un nuevo espíritu para una nueva era, el arquitecto de un edificio de conceptos sostenido en agua— y que el presentador, tiene tales súbitas habilidades capaces de alterarlo todo. Tiempo después y con la certeza de la vigilia, el público en su regocijo, se repite a sí mismo que todo lo acaecido durante el acto es lo verdadero. El público se ha olvidado de las razones del porqué estaban en un primer lugar sentados apreciando a un mago en el escenario. En lugar de eso, han decidido entrar en un sueño y se repiten a ellos mismos que solo están siendo parte de un acto de magia más grande, es decir, que su mismo asombro, aplausos y exaltación son también en sí mismos “El truco de magia” sin embargo, cuando le preguntaron al conejo: ¿Considera usted que el público es parte esencial del acto? Evidentemente, no respondió nada y siguió escondido en el sombrero viendo a una chica llamada Alicia. El mago y su público, al ver esta injuria, decidieron expulsar al conejo del sombrero y bajarlo del escenario, puesto que se negaba a entrar en las categorías más serviciales puestas a su disposición para considerarse parte del acto de magia. Se cuenta que ahora el mago, se encarga de meter en su sombrero estímulos nerviosos que salen del contacto de su lengua y paladar hacia sus labios, diciendo a su vez otros estímulos nerviosos donde repiten unas palabras sin mucho compromiso —tales como “Bibidi, babidi, bu”— a continuación saca del sombrero, un concepto nuevo que será momificado en la gran cámara de disección del saber.

La humanidad en general, con su gran orgullo y pavoneo del intelecto en medio de una esfera azul no representa gran cosa, puesto que así como una vez hubo tiempos donde no había nada y como ahora lo hay, nada exime que en el futuro una vez desaparezca de nuevo para volver a ser nada, se dé cuenta de lo efímera que es. El alcance de su efimeridad siempre le es presente en todos los momentos de la vida, pero el cómo afrontarlo cambia radicalmente de cada persona. Si alguien se preguntará, volviendo a nuestra introducción: ¿Quién es el mago? Sería una pregunta sin tanta importancia como se aparenta, puesto que su respuesta va desde un profesor hasta un político, pasando por un ciudadano e igualmente un presentador, un académico, un indigente o un científico. Poco importa realmente, el mago sabe que tiene solo un momento de presentar su gran acto, ese instante de sentirse vivo en medio de su público, así como su público también lo sabe, ese momento solo es uno porque el día de mañana ya habrá muerto. El orgullo los carcome en medio del silencio del universo que les ignora sin más reparos. Aunque tal vez haya que señalar al más orgulloso dentro de todos los seres humanos, el filósofo. Nadie como él cree que el cosmos está al pendiente con toda su energía, fuerza y dedicación de mirar sobre sus pensamientos y obras. Como si se tratase del gran artífice esencial de la obra existencial que no sabe o ignora que, al igual que todos los seres humanos, puede estar con una levedad que lo aleja del suelo o en el caso contrario cargar con un peso insoportable por su propia voluntad —solo algunos pocos lo llevan hasta la asfixia y el agotamiento—. Así, el filósofo también tiene una pesada carga: el saber que su saber no tiene más límites que lo humano y vive solo gracias a lo humano. Empero, tal vez llegue una salvación para el filósofo, pues quizás tenga una oportunidad de llegar a la trascendencia por medio de lo único que más cuida y hace, sus textos y letras. Otro gran acto para vivir mucho más tiempo del vivido realmente.

Regresando al problema del intelecto, este es en sí “(…) el medio de conservación del individuo, [donde] desarrolla sus fuerzas capitales en la ficción, pues la ficción es el medio por el cual se conservan los individuos más débiles y menos robustos (…)”.1 Un medio dentro de un medio, pero no hablando en términos paradójicos, sino complementarios en la medida en que el intelecto ocuparía dos funciones. Por un lado, como protector del individuo mismo y su integridad. Por el otro, desarrollar su fuerza creadora de ficciones. Ficción no debe entenderse como algo imaginativo-genérico tal como se nos presenta hoy en sociedad, acuñando etiquetas tales como “ciencia ficción” o “programa de ficción” sino en un sentido más carnal o existencial si se lo quiere llamar. Para Nietzsche, se refiere a “(…) los individuos más débiles y menos robustos, aquellos a los que no se les ha concedido cuernos o la afilada dentadura de un animal carnicero para entablar la lucha por la existencia”.2 La ficción llega a su cenit en el ser humano con sus engaños, mentiras, hipocresías, fraudes, adulaciones banales, habladurías, el enmascaramiento, el teatro o shows que se presentan ante ellos mismos con tal de obtener cualquier cosa. Hasta tal punto funciona el ardid en torno a la vanidad que Nietzsche se pregunta si realmente en el ser humano hay un impulso hacia la verdad. Sumergidos totalmente en ilusiones y sueños, tan solo logramos apreciar la forma de las cosas, pero nunca a llegar a penetrarlas tal como son, palpamos con nuestros sentidos la superficie de la cosa, pero nunca nos arriesgamos a conocerla en su trasfondo. Por si fuera poco, esto es tan aplicable al mismo humano como a cualquier otra cosa que alguien pueda pensar. Mientras llega la noche, todos caemos presos de nuestro propio engaño por medio del sueño que logra apaciguar el sentimiento moral que supuestamente lo caracteriza en su vigilia. Otros, por su parte, se dedican a fuerza de voluntad y algo de necedad a eliminar definitivamente los ronquidos.

Al momento de describir las cosas, siempre partimos de la base en que creemos saber que son las cosas en sí mismas. Siendo así, cuando nos referimos a un “árbol” solo usted sabe lo que su cerebro le alude cuando se enuncia dicha palabra. Al referirnos lo hacemos a algo que no poseemos, pero también olvidamos que es una metáfora de la cosa que no corresponde con la esencialidad de la misma. Si pudiéramos tratar de esclarecer una metodología de lo que acabamos de definir sería algo como en un primer momento “(…) como excitación nerviosa, luego [pasa a ser] imagen y por último un sonido articulado”.3 Llegamos entonces a una de las premisas para la comprensión nietzscheana del origen del lenguaje: la génesis del lenguaje no se da de una manera lógica ni tampoco de la esencia de las cosas. Para profundizar esto damos paso a cómo es que se forman los conceptos. Nos dice Nietzsche que toda palabra se convierte en concepto cuando deja de servir a la vivencia originaria y pasa a adaptarse a innumerables vivencias nunca idénticas, el mismo valor al mismo tiempo para casos totalmente diferentes. Se iguala lo no igual a merced de la generalidad y simplicidad requerida para tal uso, descripción y acercamiento a la cosa. Como ejemplo, el autor nos trae la honradez en las personas:

De un ser humano decimos que es honrado, y preguntamos: «¿Por qué ha obrado hoy tan honradamente?». Nuestra respuesta suele ser como sigue: «Por su honradez». ¡La honradez! Lo que de nuevo quiere decir: la hoja es causa de las hojas. Ciertamente, no sabemos nada en absoluto de una cualidad esencial que se llame la honradez, pero sí de numerosas acciones individualizadas, por tanto, desiguales, que nosotros igualamos omitiendo lo desigual, y a las que llamamos acciones honradas; y a partir de ellas con el nombre acabamos formulando una qualitas occulta (cualidad oculta): la honradez.4

La composición de las cosas, como vemos, es resultado del caso omiso de lo que realmente nos proporciona el objeto. La naturaleza no conoce de formas, conceptos o géneros. Para nosotros lo es en la medida en que los anteriores términos son antropomorfos. Momificados y redefinidos desde hace mucho tiempo, cultivados en medio de lo humano y su funcionalidad. A cualquiera que se le presenten no generaría duda de que realmente se trata de una metáfora. Lo único que es capaz de distinguir al ser humano de los animales se resume en la capacidad de volatilizar la metáfora en esquemas altamente complejos, logrando con ello la construcción de un orden piramidal de castas y grados que se contrapone al otro en todo sentido. Empero, nos queda preguntarnos entonces ¿Qué es la verdad? La respuesta que nos da Nietzsche carga directo contra las concepciones clásicas del lenguaje y lo que es verdadero:

Un ejército de metáforas, metonimias, antropomorfismos en movimiento, en una palabra, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, tras un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones que se ha olvidado que lo son.5

El valor de la verdad o el impulso de los hombres hacia la verdad, de momento, era algo necesario y exigido al vivir dentro de la sociedad. Se trata al final de ese tratado de paz para evitar el bellum omnium contra omnes. El operar fría y racionalmente, no solo dentro de sus actitudes, si no también en su lenguaje, a si sea en un primer momento, luego estaría eximido de gran parte de su responsabilidad al ya ni siquiera ser capaz de comprender que lo que dice es siquiera creíble fuera del ámbito de lo humano. Como también el intercambio “justo” que es posible darle a tales términos para llegar a la tan anhelada generalidad y universalidad. Es el precio a pagar para lograr sobrevivir en medio del intermitente conjunto de humanos, es la usanza obligatoria de la mentira, en tanto el uso de metáforas usuales para el disfrute común. Objetivamente, se olvida aquel uso dado y se transforma en algo inconsciente, es decir, su mentira es algo tan axiomático que se usa sin pensar. Empero es justamente gracias a este impulso de mentira que se llega al sentimiento de verdad. Retomando el ejemplo del “árbol” es justamente esta mentira, la que todos decimos cuando enunciamos “árbol” la que justamente creemos y confiamos que es un “árbol”. Si tal cosa no fuera esa, sería imposible que realmente siquiera llegar a un posible acercamiento al fenómeno en sí que corresponde al “árbol” y su relación de vivencia con la conciencia.

No podemos dejar pasar una burla que se le hace a la modernidad, o mejor dicho, al rigor investigativo científico en uso de la jurisdicción de la razón. Tal que dice así: “Si doy la definición de mamífero y luego, después de examinar un camello, digo: «Fíjate, un mamífero», no cabe duda de que con ello se ha sacado a la luz una verdad, pero tiene un valor limitado, me refiero que es antropomórfica de pies a cabeza y no contiene ni un solo punto que sea «verdadero en sí», real y universalmente válido, prescindiendo del ser humano”.6 Las investigaciones y como tal, todos los procedimientos llevados a cabo dentro de ese razonamiento no buscan más que una metamorfosis del mundo para con lo humano, su éxito siempre radica en el grado de asimilación que es capaz de presentar. En otras palabras, necesita de la levedad de la cosa para poder llevarla a conectarla a otro mundo. Con todo, alguien podría refutar añadiendo entonces la fuerza de las proclamadas leyes de la naturaleza, siendo así digamos como ejemplo la intensidad del campo gravitatorio de la esfera azul para ser lo más justo y no poner alguna dicha hace mucho tiempo por algún estagirita. En cualquier punto de la tierra esta intensidad es constante, con una aceleración de (g) 9,8 m/s² —metro sobre segundo cuadrado—. Nadie podría refutar dicho valor matemáticamente, puesto que los valores abstracto-numéricos y físicos confirman dicha afirmación. Sin embargo, para llegar a dicho valor fue necesario, primero, determinar el Constante de gravitación universal (G) que es de 6.67·10-11 Nm2/kg2 —newton por metro cuadro sobre kilogramo cuadrado—. Que a su vez fue necesaria —para llegar a dicho valor— la formulación de la “Ley de gravitación universal” donde newton expone algunos principios básicos sobre la fuerza gravitatoria y la masa del objeto que, más tarde, al ver las limitaciones que contenía la ley, no permitían determinar ciertos valores como la órbita del planeta Mercurio o daban por sentada la existencia de un planeta muy cercano al sol llamado Vulcano. Y ahora, en la contemporaneidad y la llegada de la física cuántica, con la entrada de los quarks y las “particulares elementales” se teoriza que la gravedad podría estar sustentada en un Gravitón como la parte “más minúscula” de su composición. Para finiquitar este tema termino con las palabras de Nietzsche referente a este tema:

Por consiguiente, todas estas relaciones no hacen más que remitirse continuamente unas a otras y, en su esencia, son por completo incomprensibles para nosotros; de ellas tan solo conocemos en realidad lo que nosotros aportamos, el tiempo, el espacio, es decir, relaciones de sucesión y números. Pero todo lo maravilloso que admiramos precisamente en las leyes de la naturaleza, aquello que reclama nuestra explicación y que sería capaz de seducirnos para que desconfiásemos del idealismo, justamente reside única y exclusivamente en el rigor matemático y en la inviolabilidad de las representaciones del tiempo y del espacio.7

No creo que se exija una ilustración más explicita que está en el ejemplo citado hace poco. Ahora, para finalizar, quisiera plantear una pregunta con base en lo anterior. ¿Cabria alguna posibilidad que, de nuestro juego de metáforas y extrapolaciones del lenguaje a propósito de las áreas de humanidades y las ciencias sociales. Hallamos creado un edificio de conceptos con una base líquida que lo hace tambalear al momento de enfrentarlo con ciertas situaciones de lo humano o fuera de él? Esto tomando en cuenta los métodos de análisis y conceptualizaciones tan variantes que hay dentro de estas ramas del saber. Que, al contrario de la ciencia, no es tan resignado a replantearse una y otra vez. Pero que, incluso, hacen uso de ciertas herramientas como la ciencia lo hace de la lógica.



Bibliografía:

NIETZSCHE, Friedrich: Obras completas. Volumen I. Escritos de juventud. Edición a cargo de Diego Sánchez Meca. Traducciones de Joan B. Llinares Chover, Diego Sánchez Meca y Luis E. de Santiago Guervós. Madrid: Tecnos, 2011.

1. Ver Nietzsche, F. (2011). “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” p. 610.

2. Ver Nietzsche, F. (2011). “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” p. 610.

3. Ver Nietzsche, F. (2011). “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” p. 612.

4. Ver Nietzsche, F. (2011). “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” p. 612.

5. Ver Nietzsche, F. (2011). “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” p. 613.

6. Ver Nietzsche, F. (2011). “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” p. 614.

7. Ver Nietzsche, F. (2011). “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” p. 616.