Un péndulo
Vaya sentimiento de soledad y melancolía, que es el péndulo de mi ánimo. Literalmente, por estos días no existe algo más dentro de mí. La vida y mi cabeza han decidido soltar una bomba en mis adentros donde sus consecuencias se siguen dando. El pasar de un sentimiento a otro no es espontáneo, más bien es como si fuera el movimiento dentro de un reloj de arena. El fino y silencioso movimiento de los granos, sencillo, pero mortal, disimulado ante el mundo, inexpresivo y soez para algunos, pero al llevarse con un doblez de modestia, no repercute ante la voluntad de nadie para que observe. Está allí presente desde que me levanto, cuando sonrió, cuando hablo o me expreso. Su causa principal puede ser, pienso yo, el estar desilusionado a más no poder de la vida y literalmente existiendo, solo manteniendo la leve esperanza de que la marea me lleve a mejor lugar. Pensando lo genial que sería si tan solo existiera alguna a mi alcance. Cada mañana busco mi disfraz para entablar el papel que me permita llevar ante el mundo la idea de que ya superé mi depresión y que no tengo que volver a ser medicado.
Luego, materialmente como estoy dentro del precariado, hijo de mi tiempo, no tengo a dónde ir. La solución que ofrecen es simplemente fantástica ante la inquietud que genera dicha posición. La puedo resumir en algo como: “Tienes que hacerle creer a tu cerebro que, en realidad, ni le gusta ni le disgusta, simplemente las cosas son así. Te puedes acostumbrar de manera pasiva o te puedo recetar estos medicamentos: ¿Qué escoges?” Visto ante este dilema, mi cerebro nuevamente colapsa. Supongo que son los gajes de la actualidad para mi generación. El hacerte bolita y llorar esperando que el fuego interior se apague. A mí me gusta escuchar música y soltar alguna lágrima.
Penia todavía anda conmigo, y ambos estamos vagando por este mundo. Ella, por lo menos tiene el recuerdo de los humanos de hace siglos como consuelo de su importancia. Y creería yo que algún acto de fe para ella le trae algún sentimiento. Ahora estamos solos, no nos miramos, no nos hablamos, solo estamos ahí. Uno de espaldas frente al otro en medio de un reloj de arena. Pequeños y diminutos, nuestros cuerpos, como los breves instantes que se miden en granos de arena. Transparentes, se supone, pero oscuros y nublados con cada segundo que pasa hasta ahogarse en la totalidad del mismísimo tiempo. Tal vez sea eso lo que busco en esta fría noche. Pues el péndulo de mí todavía sigue moviéndose.